Bailar en tus labios hasta que me canse, nunca. Adivinar de memoria tus lunares, siempre. Disfrutar de tus susurros que terminan comiéndome entera. Perderme en tus ojos, a todas horas. La noción del paso del tiempo se disipa, se esfuma, inexistente.
Inesperadamente, sin haberlo previsto, sin haberlo contemplado, nos derrota el incansable dueño. Caemos en sus enredos, terrenos tenebrosos, emperador de los sueños. En su mundo de trampas, laberintos infinitos, puertas extremadamente pequeñas para llaves espeluznantemente grandes, cerraduras inconexas. Bailes para la realeza monera, camareros especiales de gala, demasiado tarde para mirar atrás. El banquete está servido, los platos son espejos, los manjares desfilan desde la cocina, sin escatimar detalle, más que una cena, un espectáculo espectacular, sin haber probado bocado, las sillas empiezan a volar como alfombras voladoras, un viaje efímero, te sueltan, te arrojan, te expulsan de este mundo, se termina.
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